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Desde el Cielo se Ve Distinto

 Historias de hangar, golpes certeros y uno que otro potro que se pasó de valiente

A menudo recuerdo aquellas tardes en las que Jorge me hablaba sobre su paso por la Fuerza Aérea; me contaba cosas que uno no encuentra en los manuales, sino en la experiencia diaria, en las bromas pesadas, en la jerarquía interna no escrita y en los códigos que solo se entienden cuando los vives.

Cuatro amigos en una taberna de madera; uno toca la guitarra, los demás ríen con café y cerveza. Al fondo, maquetas y una foto de aviones.
Alas que nunca caen: amistad, música y memoria.

Fue él mismo quien me relató esta historia, con esa mezcla de seriedad y picardía que lo caracterizaba.

Años más tarde—muchos años más tarde—en una bohemia entre pilotos, de esas que huelen a tabaco, café y una que otra cervecita con recuerdos de cabina, Alejandro, también piloto de la Fuerza Aérea, la trajo de vuelta.

La contó con tanto detalle que parecía que el tiempo no había pasado.

Había pasado muchos años desde aquel episodio, y sin embargo, al escucharla de nuevo, sentí que Jorge estaba ahí, entre nosotros, con un gesto medio serio y medio divertido, los brazos cruzados y ese brillo en los ojos que lo decía todo sin decir nada.

Potros y Antiguos

Cuando Jorge ingresó a la FAM, como todos los nuevos, fue llamado “potro”, mientras que los más antiguos se hacían respetar como “antiguos”.

Era parte del rito:

•          Los potros lavaban botas.

•          Pulían botonaduras.

•          Eran arrojados a la alberca con todo y «slippen».

•          Hasta les daban toques con magnetos escondidos en las camas metálicas del cuartel.

Nadie escapaba a esa tradición. Jorge tampoco.

Pero lo soportó todo con dignidad, sin queja.

Cuando el tiempo pasó y ya estaba en igualdad con los antiguos, apareció uno aún más veterano, apodado «el Fantomas», que quiso seguirlo tratando como novato.

—Límpiame las botas, potro —ordenó Fantomas.

Jorge, que en ese momento limpiaba un fusil Máuser, le respondió sin inmutarse:

—Lo siento, Fantomas… ya me liberé.

El otro insistió con tono altivo:

—¡Para mí seguirás siendo potro! ¡Hazlo!

Entonces Jorge, sin levantar la voz, cargó el cartucho —por supuesto que no con intención de agredir, sino para dejar claro un límite.

El Fantomas persistió… Y Jorge disparó.

No a él, pero lo suficientemente cerca como para que el mensaje se entendiera.

El estruendo fue como una línea trazada en el cielo.

Inmediatamente los mandos superiores acudieron al incidente.

Pero el Fantomas, pálido y con las piernas temblorosas, se adelantó antes de que lo interrogaran:

—Fue un accidente. Al Sargento se le zafó el tiro.

Gracias a esa declaración, Jorge solo recibió un arresto administrativo menor.

Desde ese día, el Fantomas no volvió a molestarlo jamás.

Al contrario, empezó a tratarlo con un respeto ganado.

El tatuaje más barato de la FAM

Y justo en esa misma bohemia—la de los cigarros, el café y la guitarra medio desafinada—salió otra joya.

Una historia que nos contó Armando, compañero de Jorge en la FAM. De esas que te hacen reír con los dientes apretados.

Resulta que cuando Armando era potro, quiso pasarse de valiente con un antiguo.

El antiguo le dijo:

—Ey, potro, consígueme dos cigarros.

Pero Armando, tipo chino, correoso, de esos que parece que nacieron haciendo lagartijas, le respondió con todo el pecho inflado:

—¡Ni madres, consíguelos tú!

Error. Craso error.

En menos de lo que canta un gallo supersónico, lo agarraron entre todos los antiguos.

Y con el tizón del cigarro, le escribieron en el brazo, como tatuaje involuntario con la brasa:

“2 cigarros”.     

Así, sin anestesia.

Alejandro, que andaba más alegre que serio esa noche, confirmó la historia con tono cotorro:

—¡Sí, hombre! ¡Todavía tiene la cicatriz! Parece que se lo escribieron con letra de doctor.

Leyendas de hangar

Con el tiempo, estas historias se convirtieron en leyendas de hangar que pasan de generación en generación, lamentablemente, años más tarde, el Fantomas perdió la vida intentando una maniobra prohibida:

Quiso hacer un barril con un avión de la FAM…y se estrelló.

A Jorge le tocó, junto a otros compañeros, recoger los restos del avión… y también los del cuerpo del Fantomas.

Lo hicieron sin morbo ni aspavientos, como se hace cuando se honra lo inevitable.

Paradójicamente, poco tiempo atrás, Jorge había tenido que soltarle un tiro al aire—y al ego—del Fantomas, cuando este intentó tratarlo como potro y  aun así, cuando llegó ese día, lo enfrentó sin rencor, porque así era con carácter, sí, pero jamás cruel; sabía separar la anécdota del destino.

Y aunque hoy muchos de los que vivieron esa historia ya no estén, mientras haya una noche de bohemia, un piloto con guitarra, y otro con buena memoria, Jorge seguirá volando.

Porque hay alas que nunca caen.

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